17/8/16

La odisea de emigrar de Venezuela a Ecuador por tierra



La historia de Fernando Aguilera, a quien llamaremos así para proteger la fuente, no difiere con la de muchos venezolanos que deciden irse del país por falta de oportunidades y por la aguda crisis que apremia en la nación y que el gobierno se niega a aceptar.

Es un joven de 30 años de edad, casado y padre de una niña de 4 años. Se trata de un hombre de clase media-baja, que vivía en una reconocida barriada caraqueña. En varias oportunidades pudo ir a Ecuador y fue conociendo personas. Siempre decía que la situación en Venezuela mejoraría, pero no ocurrió, más bien se agudizó. En su casa no llegaba la bolsa de los CLAP, y cuando arribaba, los productos no eran los que habían dicho en su consejo comunal. La bolsa estaba incompleta y tenía que callar, porque si no, era tildado de opositor. Su niña pedía cosas, como todos infantes y tenía que sortear entre el bajo sueldo de su esposa y de él, para poder complacer a la pequeña.

Llegó a comer bollitos con mantequilla para saciar el hambre junto a su núcleo familiar. Poco a poco se fue cansando de estar a merced de lo que el gobierno le pudiera dar de comer y tomó la decisión final de abandonar a su esposa e hija, para irse rumbo a Ecuador, pero por tierra, en un viaje que duró tres días hasta llegar a Quito, la capital.

Aguilera compró un boleto por 160 mil bolívares, con la empresa de transporte Asociación Cooperativa de Transporte Unión Encarnación Barlo. El día 5 de agosto abordó junto a un grupo de personas que en promedio de edades no superaba los 40 años, la mayoría jóvenes que iban a llegar a Ecuador sin tan siquiera un techo o alguien que los recibiera. Iban a probar suerte y a tratar de trabajar para enviar dinero a sus familias en Venezuela.

Ya de noche, en el puente Santander, las cosas empezaron a ponerse turbias, dice Aguilera. Como se sabe la frontera está cerrada y no hay paso y, comenta, los guardias nacionales tienen un gran negocio. El chofer del autobús tuvo que parar por un buen tiempo. Al parecer ya había conversaciones previas con un GNB, la jugada de hacerlos pasar era justo en el cambio de guardia. Una vez realizado, cada persona tuvo que desembolsar 40 mil bolívares para poder cruzar. Todos lo hicieron. Los fueron pasando de cinco en cinco para no crear sospecha. Una vez atravesada la frontera, permitieron el paso del autobús.

Todo continuó sin novedad una vez estando en Colombia. Realizaron sus paradas de rigor, de vez en cuando los revisaban en alcabalas de la vía hasta llegar a Ecuador, cuando todos tuvieron despedirse para emprender un nuevo ciclo en sus vidas. Dice que no ha sido fácil, pero que pudo conseguir un empleo en el que puede enviar dinero a su esposa y su hija.

La matraca en la frontera existe.

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